Retrato del Colonizado - Parte 2

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13 abril, 2019 Por Albert Memmi

2 - Los valores-refugio 

 

Tarde o temprano, se vuelve en consecuencia a posiciones de repliegue, es decir, a los valores tradicionales. De este modo se explica la sorprendente supervivencia de la familia colonizada, que se ofrece como verdadero valor refugio. Salva al colonizado de la desesperación de una derrota total, pero en cambio, se encuentra confirmada por ese constante aporte de sangre nueva. El joven se casará, se transformará en padre de familia devoto, en hermano solidario, en tío responsable, y, hasta que tome el lugar del padre, en hijo respetuoso. Todo está nuevamente en orden: la rebelión y el conflicto han conducido a la victoria de los padres y de la tradición. 

 

Pero es una triste victoria. La sociedad colonizada no se habrá movido ni medio paso; para el hombre joven es una catástrofe interior. Definitivamente permanecerá aglutinado a esta familia, que le ofrece calor y ternura, pero que lo incuba, lo absorbe y lo castra. ¿La ciudad no le exige deberes completos de ciudadano? ¿Se los negaría si siquiera soñara con reclamarlos? ¿Le concede pocos derechos, le prohíbe toda vida nacional? En realidad, ya no necesita imperiosamente todo eso. Su ubicación justa, siempre reservada en la dulce insipidez de las reuniones de clan, lo coima. Temería salir de allí. Ahora de buen grado, se somete como los demás a la autoridad del padre y se prepara para reemplazarlo. El modelo es débil, su universo es el de un vencido. Pero, ¿qué otra salida le queda? . . . Por una curiosa paradoja, el padre es a la vez débil e invasor, a causa de hallarse completamente adoptado. El hombre joven está ya listo para investir su rol de adulto colonizado: es decir, para aceptarse como ser de opresión. 

 

Lo mismo sucede con el indiscutido arrastre de una religión al mismo tiempo vivaz y formal. Complacientemente, los misioneros presentan este formalismo como rasgo esencial de las religiones no cristianas, sugiriendo de este modo que la única manera de desprenderse de él seria pasarse a la religión de al lado. 

 

De hecho, todas las religiones tienen momentos de formalismo coercitivo y momentos de indulgente flexibilidad. Que da por explicar por qué, tal grupo humano, en tal período de su historia, experimenta uno u otro estadio. ¿Por qué esta rigidez profunda de las religiones coloniales? 

 

Sería inútil echar los cimientos de una psicología religiosa particular al colonizado; o recurrir a la famosa naturaleza. que-todo-lo-explica. Si bien acuerdan cierta atención al hecho religioso, no he notado en mis alumnos coloniales una religiosidad superabundante. La explicación me parece sex paralela a la del arrastre familiar. No se trata de una psicología original que explique la importancia de la familia, ni de que la intensidad de la vida familiar explique el estado de las estructuras sociales. Se trata, por el contrario, de que la imposibilidad de una vida social completa, de un libre juego de la dinámica social, mantienen el vigor de la familia, y repliegan al individuo a esta célula más restringida, que lo salva y lo asfixia. Del mismo modo, el estado global de las instituciones colonizadas, da cuenta del peso abusivo del hecho religioso. 

 

Con su red institucional, sus fiestas colectivas y periódicas, la religión constituye otro valor-refugio; tanto para el individuo cuanto para el grupo. Para el individuo se ofrece como una de las raras líneas de repliegue; para el grupo es una de las raras manifestaciones que pueden proteger su existencia original. Al carecer la sociedad colonizada de estructuras nacionales, al no poder imaginarse un futuro histórico, debe contentarse con el entorpecimiento pasivo de su presente. Ese mismo presente, debe sustraerlo a la invasión conquistadora de la colonización, que la cerca por todas partes, la penetra con su técnica, con su prestigio frente a las jóvenes generaciones. El formalismo, del cual el formalismo religioso es sólo un aspecto, es el quiste dentro del cual se encierra y se endurece, reduciendo su vida por salvarla. Reacción espontánea de autodefensa, medio de salvaguarda de la conciencia colectiva, sin la cual un pueblo deja de existir rápidamente. En medio de las condiciones de dependencia colonial, la emancipación religiosa, así corno la explosión de la familia, hubiera comportado un grave riesgo de muerte para la sociedad colonizada.

 

Su esclerosis es consecuencia, entonces, de dos procesos de signo contrario: un enquistamiento nacido de su interior y un corset impuesto desde el exterior. Los dos fenómenos tienen un factor común: su contacto con la colonización. Convergen también a un resultado común: la catalepsia social e histórica del colonizado. 

 

La amnesia cultural 

 

En tanto sufre la colonización, la única alternativa posible para el colonizado es la asimilación o la petrificación. Estándole negada la asimilación como lo veremos, no le queda sino vivir fuera del tiempo. La colonización lo constriñe a ello y en cierta medida, el colonizado se adapta. Viéndose privado de proyectar y construir un futuro, se limita a un presente, y ese presente mismo es abstracto y está mutilado. 

 

Agreguemos ahora que dispone cada vez menos de su pasado. El colonizador ni siquiera ha conocido ese pasado; y todo el mundo sabe que el plebeyo, cuyos orígenes se ignoran, carece de él. Y hay algo más grave. Preguntemos al mismo colonizado cuáles son sus héroes populares, sus grandes líderes, sus sabios. Apenas podrá soltar algunos nombres, en completo desorden, y cada vez menos a medida que se desciende en las generaciones. El colonizado parece condenado a perder progresivamente la memoria. 

 

El recuerdo no es un fenómeno de puro espíritu. Del mismo modo que la memoria del individuo es el fruto de su historia y su fisiología, la de un pueblo descansa en sus instituciones. Ahora bien: las instituciones del colonizado están muertas o esclerosadas. No cree en absoluto en aquéllas que mantienen una apariencia de vida, pues verifica SU ineficacia todos los días; llega a avergonzarse de ellas corno de un monumento ridículo y caduco. 

 

Por el contrario, toda la eficacia, todo el dinamismo social, parecen acaparados por las instituciones del colonizador. .El colonizado necesita ayuda? Es a ellas a las que se dirige. ¿Ha cometido una falta? De ellas recibe la sanción. Infaltablemente termina frente a los magistrados colonizadores. Cuando por casualidad un hombre de autoridad viste chechia, tendrá la mirada huidiza y el gesto más duro, como si quisiera prevenir todo llamado, como si estuviera bajo la vigilancia constante del colonizador. ¿La ciudad se viste de fiesta? Se trata de las fiestas del colonizador, incluso las religiosas, que se celebran con magnificencia: Navidad y la fiesta de Juana de Arco, Carnaval y el Catorce de Julio..., son los ejércitos del colonizador los que desfilan, los mismos que aplastaron al colonizado, que lo mantienen en su lugar y que lo volverían a aplastar si fuera preciso. 

 

Seguramente en virtud de su formalismo, el colonizado conserva todas sus fiestas religiosas idénticas a sí mismas desde hace siglos. Precisamente, son las únicas fiestas religiosas que, en un sentido, están fuera del tiempo. Más exactamente, se encuentran en el origen del tiempo histórico, y no en la historia. Desde el momento en que fueron instituidas, no ha sucedido nada más en la vida de ese pueblo. Nada particular a su existencia propia, que merezca ser recordado por la conciencia colectiva y festejado... Nada más que un gran vacío. 

 

Las pocas huellas materiales de ese pasado, finalmente, se borran poco a poco, y los vestigios futuros, no llevarán ya la marca del grupo colonizado. Las pocas estatuas que jalonan la ciudad representan, con un increíble desprecio hacia el colonizado que las bordea día a día, los hechos salientes de la colonización. Las construcciones adquieren las formas amadas por el colonizador, y hasta los nombres de las calles recuerdan a las lejanas provincias de donde proviene. Es cierto que llega a suceder que el colonizador produzca un estilo neo-oriental, del mismo modo que el colonizado imita el estilo europeo. Pero no se trata sino de exotismo (viejas armas y cofres antiguos) y no de renacimiento. El colonizado no hace sino evitar su pasado. 

 

La escuela del colonizado 

 

¿A través de qué se transmite aún la herencia de un pueblo? 

A través de la educación que imparte a sus hijos y del lenguaje, maravilloso reservorio enriquecido sin cesar por experiencias nuevas. De este modo se legan e inscriben en la historia las tradiciones y las adquisiciones, las costumbres y las conquistas, los hechos y los gestos de las generaciones precedentes. 

 

Ahora bien: la gran mayoría de los niños colonizados están en las calles. Y aquél que tiene la oportunidad insigne de ser acogido en una escuela, no se salvará nacionalmente allí: la memoria que se le asigna no es seguramente la de su pueblo. La historia que se le enseña no es la suya. Sabe quién fue Colbert o Cromwell, pero no quien fue Khaznadar; quién fue Juana de Arco, pero no la Kahena. Todo parece haber sucedido más allá de su casa; su país y él mismo están en el aire, o no existen sino por referencia a los galos, los francos, el Mame; por referencia a aquello que él no es, al cristianismo, siendo que él no es cristiano, al Occidente que se detiene ante su nariz, sobre una línea tanto más infranqueable cuanto que es imaginaria. Los libros le hablan de un universo que no recuerda al suyo en nada; el niñito se llama Totó y la niñita María, y en las noches de invierno María y Totó, volviendo a su casa por caminos cubiertos de nieve, se paran frente al vendedor de castañas asadas. Finalmente sus maestros, no asumen la continuación del padre, no son los reveladores prestigiosos y salvadores como todos los maestros del mundo, son diferentes. La transferencia no se opera, ni del niño al maestro, ni (demasiado a menudo, hay que confesarlo) del maestro al niño. Y esto e] nido lo siente perfectamente. Un antiguo compañero de clase me confesó que la literatura, las artes, la filosofía, habían permanecido para él como efectivamente extrañas, como pertenecientes a un mundo extraño, el de la escuela. Sólo tras una larga estada en París, comenzó a asumirlas verdaderamente. 

 

Si la transferencia acaba por operarse, no es sin peligro: el maestro y la escuela representan un universo demasiado diferente del universo familiar. En los dos casos, finalmente, lejos de preparar al adolescente para asumirse totalmente la escuela establece en su seno una definitiva dualidad. 

 

El bilingüismo colonial

 

Este desgarramiento esencial del colonizado se encuentra particularmente expresado y simbolizado en el bilingüismo colonial. 

 

El colonizado no se salva del analfabetismo sino para caer en el dualismo lingüístico. Y esto si tiene esta oportunidad. La mayoría de los colonizados no tendrá nunca la buena suerte de sufrir los tormentos del bilingüe colonial. Dispondrá sólo de su lengua madre, es decir, una lengua no escrita ni leída, que no permite sino la incierta y pobre cultura oral. 

 

Es cierto que grupitos de letrados se obstinan en cultivar la lengua de su pueblo, en perpetuarla en sus esplendores sabios y pasados. Pero esas formas sutiles han perdido con el tiempo todo contacto con la vida cotidiana, se han tornado opacas para el hombre de la calle. El colonizado las considera reliquias, y a esos hombres venerables, sonámbulos que viven un viejo sueño. 

 

Inclusive si el habla madre permitiera al menos una incursión actual sobre la vida social, o atravesara las ventanillas de las oficinas públicas u ordenara el tráfico postal. Pero no es así. Toda la burocracia, la magistratura, la técnica, no comprende ni utiliza sino la lengua del colonizador, del mismo modo que los mojones indicadores de distancias en las rutas, los tableros en las estaciones, las chapas con los nombres de las calles y los recibos. Provisto únicamente de su lengua, el colonizado es un extranjero en su propio país. 

 

En el contexto colonial, el bilingüismo es necesario. Es condición de toda comunicación, de toda cultura, de todo progreso. Pero el bilingüe colonial no se salva del emparedamiento sino para sufrir una catástrofe cultural, nunca completamente superada. 

 

La falta de coincidencia entre la lengua madre y la lengua cultural no es exclusiva del colonizado. Pero el bilingüismo colonial no puede asimilarse a cualquier otro dualismo lingüístico. La posesión de dos lenguas no es sólo la posesión de dos instrumentos, es la participación en dos reinos psíquicos y culturales. Ahora bien: aquí, los dos universos simbolizados, expresados, por las dos lenguas, están en conflicto: son el del colonizador y el del colonizado. 

 

Por otra parte, la lengua madre del colonizado, la que se nutre de sus sensaciones, sus pasiones y sus sueños, aquélla en la que se liberan su ternura y sus sorpresas, aquélla que encubre, finalmente, la mayor carga afectiva, es, precisamente, la menos valorizada. Carece de toda dignidad en el país o en el concierto de los pueblos. Si el colonizado quiere adquirir un oficio, construir su lugar, existir en la ciudad y en el mundo, en primer lugar debe plegarse a la lengua de los otros, la de los colonizadores, sus amos. En el conflicto lingüístico en el que vive el colonizado, su lengua madre es la humillada, la aplastada. Y él termina por hacer suyo ese desprecia objetivamente fundado. Por sí mismo comienza a descartar esta lengua valetudinaria, a esconderla a los ojos de los extranjeros, a no parecer cómodo sino usando la lengua del Colonizador. En resumen, el bilingüismo colonial no es nl una diglosia, donde coexisten un idioma popular y una lengua de puristas, pertenecientes ambas al mismo universo afectivo, ni una simple riqueza poliglota, que se beneficia de un teclado suplementario pero relativamente neutro. Se trata le un drama lingüístico. 

 

…Y la situación del escritor 

 

Uno se asombra de que el colonizado no tenga una literatura viva en su propia lengua. ¿Cómo se dirigiría a ella, desde que la desdeña? ¿Cómo vuelve la espalda a su música, a sus artes plásticas, a toda su cultura tradicional? Su ambigüedad lingüística es el símbolo y una de las mayores causas de su ambigüedad cultural. Y la situación del escritor colonizado es una perfecta ilustración de esto. 

 

Las condiciones materiales de la existencia del colonizado bastarían, es cierto, para explicar su rareza. La miseria de la gran mayoría reduce al extremo las posibilidades estadísticas de ver nacer y crecer un escritor. Pero la historia nos muestra que no hace falta sino una clase privilegiada para proveer de escritores a todo un pueblo. De hecho, el papel del escritor colonizado es demasiado difícil de sostener: él encarna todas las ambigüedades, todas las imposibilidades del colonizado, llevadas a su grado máximo. 

 

Supongamos que haya aprendido a manejar su lengua hasta recrearla en obras escritas, que haya vencido su rechazo profundo a servirse de ella; ¿para quién escribiría, para qué público? Si se obstina en escribir ‘en su lengua, se condena a hablar a un auditorio de sordos. El pueblo es inculto y no lee ningún idioma, los burgueses y los letrados no comprenden sino el del colonizador. Le queda una sola salida que se presenta natural: escribir en la lengua del colonizador. ¡Como si no hiciera así otra cosa que cambiar de dificultad! 

 

Es necesario seguramente que supere su handicap. Si bien el bilingüe colonial tiene la ventaja de conocer dos lenguas, no domina totalmente ninguna. Esto explica igualmente la lentitud con que nacen las literaturas colonizadas. Hace falta malbaratar mucha materia humana, una multitud de golpes de dados para tener la chance de una bella casualidad. Después de lo cual resurge la ambigüedad del escritor colonizado bajo una forma nueva pero más grave. 

 

¡Curioso destino escribir para un pueblo que no es el propio! Más curioso aún escribir para un pueblo que es el vencedor del propio! Uno se asombra de la aspereza de los primeros escritores colonizados. ¿Olvidan acaso que se dirigen al mismo público cuya lengua toman prestada? No se trata sin embargo de inconsciencia, ni de ingratitud, ni de insolencia. Precisamente a este público, desde que se atreven a hablar, ¿qué van a decirle sino su malestar y su rebelión? ¿Se esperan palabras de paz de aquél que padece una larga discordia? ¿Reconocimiento, por un préstamo cuyos intereses son tan gravosos? 

 

Por un préstamo que, por lo demás, no será nunca más que un préstamo. A decir verdad, abandonamos aquí la descripción por la previsión. ¡Pero resulta tan legible, tan evidente! La emergencia de una literatura de colonizados, la toma de conciencia de los escritores norafricanos, por ejemplo, no es un fenómeno aislado. Participa de la toma de conciencia de sí de todo un grupo humano. El fruto no es un accidente o un milagro de la planta, sino el signo de su madurez. Cuando más, el surgimiento del artista colonizado, se adelanta un poco a la toma de conciencia colectiva de la que participa, y a la que acelera al participar de ella. Pues la reivindicación más urgente de un grupo que se ha recuperado es sin duda la liberación y restauración de su lengua. 

 

Si me asombro, en verdad, es porque uno puede asombrarse. Sólo esta lengua permitiría al colonizado reanudar su tiempo interrumpido, reencontrar su continuidad perdida y la de su historia. La lengua francesa ¿es sólo un instrumento eficaz y preciso? ¿O es ese cofre maravilloso donde se acumulan los descubrimientos y los logros de los escritores y los moralistas, de los filósofos y los sabios, de los héroes y los aventureros, donde se transforman en una leyenda única los tesoros del espíritu y del alma de los franceses? 

 

El escritor colonizado, que llegó penosamente a la utilización de las lenguas europeas —las lenguas de los colonizadores, no lo olvidemos— no puede sino servirse de ellas para reclamar en favor de la suya. No hay en esto ni incoherencia ni pura reivindicación o ciego resentimiento, sino una necesidad. Si no lo hiciera, todo su pueblo terminaría por hacerlo. Se trata de una dinámica objetiva a la cual, es cierto, él alimenta, pero que lo nutre y continuaría sin él. Al hacerlo, si bien contribuye a liquidar su drama de hombre, confirma y acentúa su drama de escritor. Para conciliar su destino consigo mismo, podría tratar de escribir en su lengua madre. Pero no se rehace un aprendizaje semejante en el lapso de una vida. El escritor colonizado está condenado a vivir sus divorcios hasta su muerte. El problema no puede cerrarse sino de dos maneras: o por agotamiento natural de la literatura colonizada (las próximas generaciones, nacidas en la libertad, escribirán espontáneamente en su lengua reencontrada) o, sin esperar tanto, otra posibilidad puede tentar al escritor: decidir pertenecer totalmente a la literatura metropolitana. Dejemos de lado los problemas éticos provocados por tal actitud. Se trata entonces del suicidio de la literatura colonizada. En las dos perspectivas, sólo el plazo es diferente: la literatura colonizada en lengua europea parece condenada a morir joven. 

 

El ser de carencia 

 

Todo sucede finalmente, como si la colonización contemporánea fuera un yerro de la historia. Por su fatalidad propia y por egoísmo habrá frustrado todo, habrá profanado todo lo que tocó. Habrá podrido al colonizador y destruido al colonizado. 

 

Para hacer mejor su triunfo, ha pretendido hallarse al exclusivo servicio de sí misma. Pero al excluir al hombre colonizado por cuya única mediación hubiera podido señalar a la colonia, se ha condenado a permanecer extranjera en ella, y en consecuencia, necesariamente efímera. 

 

Sin embargo, de su suicidio es sólo responsable ante sí misma. Más imperdonable es su crimen histórico contra el colonizado, a quien habrá arrojado al costado de la ruta, fuera del tiempo contemporáneo. 

 

La cuestión de saber si el colonizado librado a sí mismo hubiera marchado al mismo ritmo que los demás pueblos, no tiene gran significación. En puridad de verdad, no sabemos nada de eso. Es posible que no. Ciertamente no es sólo el factor colonial el que explica el atraso de un pueblo. No todos los países han seguido el mismo ritmo que los Estados Unidos o Inglaterra; cada uno tuvo sus causas particulares de atraso y sus propios frenos. Sin embargo, cada uno marchó con su propio paso y por su camino. Por lo demás, ¿se puede legitimar la desgracia histórica de un pueblo por las dificultades de los otros? Seguramente los colonizados no son las únicas víctimas de la historia, pero la desgracia histórica propia de los colonizados fue la colonización. 

 

En este mismo falso problema desemboca la pregunta que tanto preocupa a muchos: A pesar de todo, ¿el colonizado no se ha beneficiado con la colonización? A pesar de todo, ¿el colonizador no ha abierto carreteras, construido hospitales y escuelas? Esta restricción a la vida tan mala, vuelve a decir que la colonización fue a pesar de todo positiva, pues sin ella no hubiera habido ni carreteras, ni hospitales, ni escuelas. ¿Qué sabemos acerca de eso? ¿Por qué debemos suponer que el colonizado se habría quedado congelado en el estado en que lo halló el colonizador? S podría igualmente afirmar lo contrario: si no se hubiera producido la colonización habría más escuelas y más hospitales. Si se conociera mejor la historia tunecina se hubiera visto que el país estaba entonces en pleno parto. Después de haber excluido al colonizado de la historia, de haberle prohibido todo futuro, el colonizador afirma su inmovilidad raigal, pasada y definitiva. 

 

Por lo demás, esta objeción no perturba sino a quienes se hallan dispuestos a serlo. He renunciado hasta aquí a la comodidad de las cifras y las estadísticas. Sería el momento de recurrir discretamente a ellas: ¡tras varias décadas de colonización la multitud de niños en las calles sobrepasa de tan lejos al número de los que están en clase! ¡El número de camas en los hospitales es tan irrisorio frente al número de enfermos, la intención de quienes trazaron las carreteras es tan clara, tan desprendida respecto del colonizado, tan estrechamente sometida a las necesidades del colonizador! Verdaderamente, para tan poco la colonización no era indispensable. 

 

¿Es acaso audacia pretender que el Túnez de 1952 hubiera sido de todas maneras muy diferente al de 1881? Existen finalmente otras posibilidades de influencia y de intercambio entre los pueblos además de la dominación. Otros países pequeños se han transformado ampliamente sin haber necesitado que se los colonizara. De este modo numerosos países de Europa central. 

 

Pero desde hace un momento nuestro interlocutor sonríe., escéptico. 

—A pesar de todo, no se trata de la misma cosa—¿Por qué? ¿Usted quiere decir, no es cierto, que esos países están poblados por europeos? 

—Este . . . ¡sí! 

—¡Ahí está, señor! Usted es simplemente racista. 

En efecto, volvemos aquí al mismo prejuicio fundamental. 

 

Los europeos conquistaron el mundo porque su naturaleza los predisponía a ello, los no europeos fueron colonizados porque su naturaleza los condenaba a serlo. 

 

Vamos, seamos serios y dejemos de lado el racismo y esta manía de rehacer la historia. Dejemos de lado inclusive el problema de la responsabilidad inicial de la colonización. ¿Fue resultado de la expansión capitalista o empresa contingente de voraces hombres de negocio? En definitiva todo eso no es tan importante. Lo que cuenta es la realidad actual de la colonización y del colonizado. Ignoramos en absoluto qué hubiera sido el colonizado sin la colonización, pero yernos perfectamente en qué se ha convertido a causa de la colonización. - Para dominarlo y explotarlo mejor, el colonizador lo ha hecho retroceder fuera del circuito histórico y social, cultural y técnico. Lo que es actual y verificable es que la cultura del colonizado, su sociedad, sus habilidades, se hallan gravemente afectadas y que no ha adquirido un nuevo saber y una nueva cultura. Un resultado patente de la colonización es que ya no hay artistas y todavía no hay técnicos colonizados. Es cierto que existe también una carencia técnica del colonizado. “Trabajo árabe”, dice el colonizador con desprecio. Pero lejos de encontrar allí una excusa para su conducta y un punto de comparación que lo favorece, debe ver en ello su propia acusación. Es cierto que los colonizados no saben trabajar. Pero, ¿dónde se les enseñó a hacerlo, quién les inculcó la técnica moderna? ¿Dónde están las escuelas profesionales y los centros de aprendizaje? 

 

Usted insiste demasiado, se dice a veces, acerca de la técnica industrial. ¿Y los artesanos? Vea usted esta mesa de madera blanca. ¿Por qué está hecha con madera de cajón? ¿Y mal terminada, mal pulida, ni pintada ni barnizada? Es cierto, esta descripción es exacta. Lo único correcto que tienen esas mesas de té es la forma, regalo secular hecho al artesano por la tradición. Pero en lo que respecta al resto, es el pedido el que suscita la creación. Ahora bien: ¿para quién están hechas esas mesas? El comprador no tiene con qué pagar esos golpes de cepillo suplementarios, ni el barniz ni la pintura. En consecuencia,, las mesas siguen siendo tablas de cajón mal unidas, donde los agujeros de los clavos quedan abiertos. 

 

El hecho verificable es que la Colonización crea para el colonizado un estado de carencia, y que todas las carencias se Sostienen y alimentan entre sí. La no industrialización, la falta de desarrollo técnico del país, conducen al lento aplastamiento económico del colonizado. Y el aplastamiento económico, el nivel de vida de las masas colonizadas impiden que exista el técnico, así como impiden que el artesano se perfeccione y cree. Las causas últimas son la negativa del colonizador que se enriquece más vendiendo materias primas que compitiendo con la industria metropolitana. -Pero por lo demás, el sistema funciona en círculo, adquiere una autonomía en la desgracia. Si se hubieran establecido más centros de aprendizaje o inclusive universidades, éstos no hubieran salvado al colonizado, que no hubiera encontrado, al egresar, empleo alguno para su saber. ¡En un país al que le falta de todo, los pocos ingenieros colonizados que han conseguido obtener sus diplomas, son empleados como burócratas o docentes! La sociedad colonizada no tiene una necesidad directa de técnicos, y no la suscita. Pero, ¡desgraciado del que no es indispensable! La mano de obra colonizada es intercambiable; ¿por qué pagarla a su justo precio? A demás, nuestro tiempo y nuestra historia son cada vez más técnicos: el atraso ‘tecnológico del colonizado aumenta y parece justificar el desprecio que inspira. Concreta —así lo parece— la distancia que lo separa del colonizador. Y no es inexacto que la distancia tecnológica sea una causa parcial de la incomprensión entre las dos partes. El nivel general de vida del colonizado es tan bajo a menudo que el contacto es casi imposible. Se sale de ello hablando de la edad media colonial. Se puede proseguir de este modo por largo tiempo. El uso y goce de las técnicas crean tradiciones tecnológicas. El niño francés, el niño italiano, tienen ocasión de manipular un motor, una radio; están rodeados por los productos de la técnica. Muchos colonizados esperan dejar la casa paterna para poder aproximarse a la más mínima máquina. ¿Cómo habrían de tener el gusto por la civilización mecanizada y la intuición de la máquina? 

 

Todo en el colonizado, por fin, es carencial; todo contribuye a carenciarlo. Inclusive su cuerpo, mal nutrido, enclenque y enfermo. Mucho palabrerío se ahorraría si antes de iniciar cualquier discusión se comenzara por plantear: en primer lugar, está la miseria, colectiva y permanente, inmensa. La simple y estúpida miseria biológica, el hambre crónica de un pueblo entero, la subalimentación y la enfermedad. Con seguridad, desde lejos esto suene un poco abstracto, y haría falta una imaginación alucinatoria para que no fuera así. Recuerdo aquel día en que el coche de la “Automóvil Tunecina” que nos transportaba hacia el sur, se detuvo en medio de una multitud cuyas bocas sonreían, pero cuyos ojos, casi todos los ojos, se vertían sobre las mejillas; donde busqué con malestar una mirada que no fuera tracomatosa donde pudiera reposar la mía. Y la tuberculosis, la sífilis, y esos cuerpos esqueléticos y desnudos que se pasean entre las sillas de los cafés, como muertos vivientes pegajosos como moscas, las moscas de nuestros remordimientos... 

 

—¡Ah, no! —exclama nuestro interlocutor—, ¡esta miseria estaba allí! ¡Nosotros la encontramos al llegar! 

 

Sea. (Ver, .por lo demás; el habitante de las villas miseria es a menudo un fellah desposeído) Pero ¿cómo podría sostenerse tanto tiempo un sistema social así, que perpetúa tales miserias —suponiendo que no las cree? ¿Cómo hay quien se atreve a comparar las ventajas y los inconvenientes de la Colonización? ¿Que ventajas, así fueren mil veces más importantes, podrían hacer aceptar catástrofes semejantes, interiores y exteriores?

CONTINÚA...

Retrato del Colonizado - Parte 1 |  https://ligadepatriotas.org/articulos/retrato-del-colonizado-parte-1.html

Retrato del Colonizado - Parte 3 | https://ligadepatriotas.org/articulos/retrato-del-colonizado-parte-3.html

Escrito por

Albert Memmi

Escritor tunecino, estudió Filosofía en Argel y París. Participó en la Segunda Guerra Mundial y fue encarcelado, dirigió en Túnez el Centro de Psicología del Niño. Fijó su residencia en Francia en 1956, después de la independencia de su país.


Video - Retrato del Colonizado de Albert Memmi

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